Actualizado 15 octubre, 2016
Los niños…
Son un mundo tan particular y tan hermoso…
Cuantos adultos deberíamos aprender de ellos, de su espontaneidad, de su alegría, de su transparencia.
Para ellos todo es y sucede en este instante, todo es posible aquí y ahora.
No se quedan con la energía, permiten que esté en constante movimiento, viven instante a instante, no se preocupan de cosas que aún no han pasado ni tampoco en lo que ya sucedió.
Una cualidad que más los identifica y que forma parte de los motivos que generan su felicidad es que viven maravillados por lo que les rodea, tienen una curiosidad innata por todo,
se entregan por completo, son espontáneos, intuitivos, creativos, soñadores, imaginativos.
A su vez, están conectados consigo mismos y saben lo que quieren, lo que a lo largo del camino de la vida y con la adultez, las responsabilidades y el desarrollo de la conciencia hacen que se vuelva cada vez más difícil de saber.
Confían en sí mismos y en el proceso de la vida, por eso son trasparentes, claros y directos, alegres por naturaleza
y además, cuentan con una agilidad motriz propia de un cuerpo nuevo, pequeño y en desarrollo
que se encuentra a disponibilidad de la constante exploración de lo desconocido.